viernes, 22 de agosto de 2025
LET IT GO
SIN BUSCAR NADA
“Me gusta esto” dijo y sin pensar, colocó su mano sobre la de él para perder su mirada en el
paisaje mientras sentía que la vida era un río de luz, estrellas y energía suave y sutil que como una
sinfonía que sólo ella escuchaba, le inundaba por completo. Así siguieron todo el camino hasta su
casa: ella, poniendo canciones en el reproductor, cantando con una alegría simple, sencilla y pueril
y él, deleitándose en silencio, con una sonrisa inevitable montada en la cara, al escucharla
cantando sin muros ni freno, mientras en sus adentros decía “Ya era hora, me lo debías”…
hablando con la vida y agradeciendo al Creador por haberla puesto en su camino, dentro de los
muros de esa planta fría e inhóspita.
EL PRIMER ABRAZO
El primer abrazo en realidad no fue posible. Ella lo necesitaba tanto en ese momento de tristeza,
de abatimiento, de necesidad de saberse amada y valiosa, pero por el lugar y el momento, él no
pudo más que verla derramar llanto y quedarse aislada del mundo en un rincón de ese escenario.
Ella no lo supo jamás, pero en ese momento en que él atestiguó esa tristeza y que ella requería
sentirse querida y sostenida por algo o por alguien, en silencio se prometió que si acaso se
presentaba una vez próxima, la iba a abrazar tan fuerte que sus almas se fundirían sin que nada ni
nadie las iba a poder separar de forma alguna; la abrazaría con todo su ser y toda la bondad de su
corazón que el mal del mundo huiría de ellos; la iba a abrazar de tal forma que el amor de
hermanos, de madres e hijos, de amigos, de compañeros de viaje y todas las formas de amor
posibles y conocidas se quedarían pequeñas ante el destello imponente del abrazo que se
prometió en ese momento, iba a ser capaz de darle, toda vez que la vida y sus circunstancias se lo
permitiesen.
Aproximadamente, una semana después, él le pidió que lo acompañase a recoger utensilios y
materiales al laboratorio de la planta baja. Ambos presentían en los vellos de los brazos y la piel
toda, que algo estaba a punto de ocurrir, algo enorme, algo avasallador, por lo regular las
maravillas se anuncian sin la posibilidad de lenguaje alguno, de esa forma y con una tensión
nerviosa inexplicable en ambos, él le hizo un gesto acompañado de una mirada determinante para
que lo siguiera hasta el interior de la bodega de químicos e instrumentos. Apenas dio ella un paso
al interior del espacio de almacenaje y fue sujetada entre los brazos de él, de una manera súbita,
inesperada y sorprendente, de una forma tan dulce y delicada pero a la vez sintiendo su fuerza de
ancestral guerrero aprisionándola en una especie de enramada hecha de sus brazos y su tórax y lo
pensó como un árbol, un árbol que cualquiera debería tener siempre cerca y a la mano para
sentirse guarecido y seguro, fue que de inmediato sintió paz, protección, se sintió a salvo y segura
cual si fuera un náufrago que lograba llegar hasta una barca con vela, remos, agua y alimento.
Cedió entonces al abrazo y acurrucó su rostro de ojos cerrados en el pecho de él y lo rodeó por
igual con sus delgados y níveos brazos hasta encontrar sus manos hermosas de color luna
asiéndose a la ancha espalda de su caballero, el último de una especie antigua.
Fue un instante no más, sin embargo, todo el tiempo del mundo, su historia y sus civilizaciones se
congregaron en ese diminuto espacio de almacén para ceder significancia ante el milagro de dos
seres que se logran encontrar, a pesar de todo y de todos, seres que se sabían o se intuían, que
querían creer en la posibilidad de que uno y otro existieran y fueran posibles, seres que no sabían
que se buscaban pero que sin duda anhelaban y necesitaban encontrarse y fue en ese momento
diminuto que sin decirlo, sin expresar palabra alguna en lenguaje conocido, que se dijeron todo,
absolutamente todo lo que habían callado desde la creación misma del universo, así en silencio y
amalgamados por una fuerza tan invencible como formidable e invisible, fue que mutuamente
escucharon los latidos en el corazón del otro y no sólo los escucharon sino que los sintieron con tal
fuerza que ya no sabían cuál y de quién era el corazón que más latía o que más retumbaba o que
más se aceleraba… los corazones hablan y hasta pueden gritar cuando uno abraza con toda el alma
al ser anhelado. Él sintió su cuerpo de ave temblar y estremecerse entre sus manos y brazos y ella
sintió el fuego que se desataba y crecía en el pecho de él. Ella lo olió y por fin en su mente pudo
decirse a sí misma “Ya sé cómo hueles” mientras él se intoxicaba con la espesura de su cabello y la
levedad de su cuerpo hecho a imagen y semejanza de un ángel bocetado por Bonnard, Modigliani
y Klimt a la vez. No quería soltarla nunca, se juró en silencio que mientras hubiera vida, a ella
nunca más le faltaría un abrazo así y mientras se hacía ese autojuramento, ella no paraba de
temblar con los ojos cerrados, su rostro guardado en el hueco del pecho de él y lo sujetó más y
más fuerte cuando sintió que el trataba de separarse, pues debían regresar al mundo y a la
realidad cotidiana y fue así por instantes que se enfrascaron en un dulce forcejeo donde él, con su
cuerpo y disminuyendo la fuerza de sujeción le decía que tenían que regresar y ella, apretándolo
más fuerte cada vez que el relajaba el abrazo, le decía sin decirlo “no quiero irme de aquí, no
quiero que esto acabe”. Finalmente, ella tuvo que regresar sus pies a tierra y separó su rostro del
pecho de él con una expresión de ensueño y adormilamiento, cual si acabara de despertar, con
una sonrisa infantil que la delataba y a partir de ahí, esa sonrisa se iba a volver una hermosa
costumbre entre los dos. Salieron del almacén y ella iba danzando sin música, brincando cual si
estuviera descalza sobre una pradera en primavera, llevándose las manos a la boca y a la nariz y
diciendo con sus ojos lleno de luz de estrella, que no podía creer lo que acababa de ocurrir, que
llevaba años deseando, anhelando, necesitando ese abrazo y que por fin, en esa tarde nublada, en
la clandestinidad de un almacén de una planta nuclear olvidada, había ocurrido y había sido cierta
clase de milagro lo que los habría de unir a partir de ese momento. Mientras pensaba eso y
muchas más cosas en su cabeza, él, hecho todavía un recipiente lleno de adrenalina y más
endorfinas, la miraba sin poder articular palabras con facilidad, fue así que nuevamente de
manera súbita la atrajo hacia él sujetándola de ambas manos y tomando con las suyas el hermoso
rostro de ella, la sorprendió con un dulce y bien plantado beso en su mejilla, para luego jalarla de
la mano y salir huyendo ambos de ese lugar impensado.
EL PRIMER BESO…
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